Llegó
mezclado con la multitud que cada día visita la Plaza de San Pedro, en ciudad
del Vaticano. Lucía expectante, como tantos peregrinos. Aunque esquivaba la
mirada, pasó inadvertido.
Dentro
llevaba la angustia que por meses le carcomía: la carencia de empleo, el
creciente volumen de deudas y facturas sin pagar, la crisis familiar que había
desencadenado la escasez económica y la creciente preocupación por el futuro de
sus tres hijos.
Lo que
ocurrió minutos después quedó grabado en el corazón de miles de personas. El
hombre, a quien las autoridades simplemente identificaron como Antonini, se
bañó con gasolina y, acto seguido, se prendió fuego.
Literalmente
quedó convertido en una antorcha humana que iba de un lado para otro en medio
de gritos lastimeros que llegaban hasta los más profundos rincones del lugar.
"No se
dejaba asistir de nadie. Queríamos ayudarle, pero era imposible acercarnos,
hasta que cayó rendido por el dolor", relató un visitante que presenció el
intento de suicidio.
El hombre bastante
joven, por cierto--residía en Roma. Entró en estado de coma. El fuego había
causado quemaduras en la mayor parte de su cuerpo. La desesperación le llevó a
encontrar la salida a sus crisis por un rumbo equivocado... Su esposa quedó
viuda y sus hijos sin un padre...
Cuando
permitimos que un problema se salga de control, excede nuestra capacidad de
razonamiento y rayamos en los límites de la desesperación. Es una situación que
afecta individual y colectivamente a las personas. Un ejemplo contemporáneo lo
encontramos en Rumania.
Cuando ese
país enfrentó una dura depresión en el 2010 que afectó la calidad de vida de la
tercera parte de sus habitantes hasta el punto que se quejaban de no poder
pagar ni siquiera los productos básicos, y la desesperanza que llevó a más del 50%
de los ciudadanos a considera que su vida empeoraría en los años siguientes, se
disparó el número de suicidios.
El Instituto
Nacional de Medicina Forense, de Rumania, reveló que la proporción de suicidios
aumentó desde 2008 cuando la crisis económica comenzó a tocar fondo llegando a
14 por cada 100.000 habitantes en 2010. Igual ocurre hoy en muchas naciones de
Europa. Los problemas llevan a hombres y mujeres a encontrar salida a sus
dificultades pensando que el camino es quitarse la vida.
En diciembre
de ese año, pocos días antes de Navidad, el técnico de 43 años, Adrian Sobaru,
vinculado a la televisión nacional, saltó al vacío desde un balcón del
parlamento rumano durante una sesión. Lo que le escucharon gritar fue:
"¡Ustedes mataron nuestro futuro! ¡Ustedes quitaron el pan de las bocas de
mis hijos!". El hombre percibía un ingreso mensual de 330 euros. Tenía dos
hijos, uno de ellos con autismo. ¡No podía brindarle la atención médica
adecuada!
En Bucarest,
frente al palacio presidencia, Petre Morjan se prendió fuego. El hombre, que
sobrevivió a las quemaduras, dijo a los medios de comunicación nacionales que
le habían disminuido su mesada por jubilación y que sus protestas eran
ignoradas. Incluso le pidieron que pagara un soborno para que le aumentaran la
jubilación.
Señales de
alarma por alguien desesperado
La sicóloga
española, Trinidad Aparicio Pérez, asegura que las personas desesperadas pueden
llegar a perder el control de sí mismas e incluso pueden llegar a causarse
daño, tirándose de los pelos o dándose cabezazos; en casos extremos hay serio
peligro de suicidio.
"Ante
la desesperación, las personas tienden a mostrarse ansiosas, furiosas y
angustiadas. Poseen la sensación de haber caído en un pozo muy profundo, donde
todo es oscuridad, no consiguen ver el camino que les saque de esa situación;
sin embargo, por muy justificada que esté esa sensación hay que saber actuar,
saber que a pesar de todos los problemas no podemos quedarnos quietos cautivos
de la tristeza y del dolor.", explica la profesional.
Identificar
que una persona se encuentra en los límites de la desesperanza y que puede
llegar a los extremos, se fácil. Por lo general, experimenta decaimiento
acompañado de una actitud pesimista frente a la vida. En algunos casos dejan de
luchar por su propia vida y por el futuro, porque consideran que la existencia
no tiene sentido o que los abandonaron las fuerzas para seguir dando las
batallas.
Una
inclinación muy común es a huir. Se niegan a aceptar la situación y su
condición depresiva, que puede empeorar las cosas, les lleva a pensar que no
hay salida al laberinto.
Las
preguntas más frecuentes que recibo sobre este particular es, ¿cómo ayudar a
alguien en estado de desesperación? El primer paso es identificar cuál es el
factor que conduce a la persona a ese estado; el segundo, acercarse a él o
ella, brindándole una voz de aliento y dejándole claro que cuenta con apoyo
para sobreponerse a la situación; el tercero, no contagiarnos porque seremos
dos quienes terminemos viendo un panorama desolador; el cuatro, animarlo a
tener confianza en Dios—en primero lugar—y en sí mismo, y el quinto lugar,
identificar una serie de posibles soluciones a la condición desesperada por la
que se encuentra atravesando.
Ha salida
para un estado de desesperación
Cuando
estamos agobiados por los problemas, pareciera que todo se nubla, las puertas
se cierran y las soluciones parecen inalcanzables…
En una
situación así, lo menos indicado es permitir que las circunstancias gobiernen
nuestra mente y nuestro corazón. Seguramente encontraremos un panorama
ensombrecido, y no se puede pensar con claridad.
¿La salida?
Procurar la orientación de Dios. Luchar en nuestras fuerzas empeorará la
situación. En cambio, si luchamos en las fuerzas del Señor, tenemos asegurada
la victoria.
Ante la
incertidumbre y la angustia, lo mejor es clamar a El en oración, confiando en
lo que dicen las Escrituras: "Al pobre librará de su pobreza, Y en la
aflicción despertará su oído. Asimismo te apartará de la boca de la angustia A
lugar espacioso, libre de todo apuro, Y te preparará mesa llena de
grosura."(Job 36:15, 16).
En las
condiciones extremas, cuando consideramos que no hay salida a la encrucijada,
es fundamental la oración. Hablar con Dios. Abrirle nuestro corazón, como lo
describe el autor cristiano, Eduardo Cañas Estrada: "Orar es tocar el
cielo. Es hablar con Dios y derramar nuestra alma ante Él con un deseo profundo
de alcanzar lo que pedimos; es contarle con nuestras propias palabras lo que
sentimos y sufrimos, sin acudir a un lenguaje florido, sino lleno de
sinceridad. Cuando aprendemos a estar a solas con el Señor, adquirimos una
profundidad espiritual y un acercamiento más pleno hacia Él. (Eduardo Cañas
Estrada. "Cuando la sal pierde su sabor". Editorial AD. 1980. Pgs.15,
16)
Si asume
desde hoy la determinación de permitir que el Supremo Hacedor guíe su sendero,
seguramente caminará seguro y encontrará respuestas en los momentos de
crisis... Puedo asegurarle que el panorama cambiará y hallará una puerta que le
conduzca fuera del laberinto. ¡Dios lo hace posible!
Que no pase
este día sin que haya recibido a Jesucristo en su corazón como su único y
suficiente Salvador. No deje pasar esta oportunidad. Puedo asegurarle que su
vida cambiará. ¿Ya lo hizo?...
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