Homilética.- es el arte y ciencia de predicar para
comunicar el mensaje de la Palabra de Dios.
Se estudia cómo organizar el material, preparar el bosquejo y predicar
efectivamente. Presenta a través del
estudio de sermones ejemplares un modelo útil para los que empiezan a lanzarse
al dificil arte de la predicación, mostrándo cómo decir las cosas de un modo
claro y concreto.
MANUAL DE HOMILÉTICA Por Christiasn Rogger A.G
Por muchos años hemos sentido en los países de habla
española la necesidad de un libro que enseñara a los jóvenes creyentes que
desean tomar parte en el ministerio de la Palabra el modo de preparar y ordenar
un sermón. El buen deseo de testificar de las verdades del Evangelio, la misma
piedad o el fervor religioso, con ser virtudes indispensables para la
predicación eficaz, no son suficientes. Es necesario presentar las verdades
evangélicas, sobre todo a los nuevos oyentes, de un modo claro y lógico, que
persuada sin fatigar las mentes. Para ello se necesita orden, disposición y
clara enunciación de la plática o sermón.
Es cierto que el Espíritu Santo ha usado a veces para
realizar su obra de salvación sermones muy deficientes, carentes de lógica y
débiles en argumentación. pues la preparación de sermones es un verdadero arte
que requiere estudio y adiestramiento, con la particularidad de que, por
moverse en la más alta esfera de la vida humana, merece más que cualquier otro
arte tal trabajo y esfuerzo.
La cuidadosa preparación del sermón no es, empero,
suficiente sin el poder o fuego del Espíritu Santo, que no siempre es el fuego
del entusiasmo humano que se expresa con enérgicos gestos y grandes gritos,
sino aquella unción de lo Alto que da al sermón ese algo inexplicable que no se
adquiere por medios humanos pero lleva a los corazones de los oyentes la
impresión de que el mensaje es de Dios, porque es Dios mismo revelándose al
corazón del que escucha la Palabra. Si ambas cosas vienen unidas en el sermón,
el predicador no podrá menos que ver de su siembra espiritual abundantes frutos
para vida eterna.
Hay que evitar ambos extremos. El predicador que descuida la
preparación de sermones, confiando imprudentemente en la inspiración divina, se
encontrará frecuentemente con que no tendrá mensaje alguno para dar, y tendrá
que sustituir rápidamente la falta de inspiración por una charla sin sentido
que cansará a sus oyentes, pues el Espíritu Santo no suele otorgar premio a la
holganza. Y el predicador que sólo confía en su arte y en sus cuartillas bien
escritas, puede hallarse falto de la unción santa y descubrir con sorpresa que
su palabra no llega a los corazones.
El pastor sudamericano M. E. Martínez ha sido, después del
Dr. Lund, el primero que ha publicado reglas de Homilética acompañadas de
ejemplos prácticos, en la introducción de su libro Luces para predicadores;
pero es muy poca la Homilética que puede darse en 18 páginas que emplea para
tal enseñanza.
No faltan en castellano volúmenes de bosquejos y sermones de
buenos autores, aunque no tantos como quisiéramos ver traducidos a nuestra
lengua; sin embargo, creemos que es más importante para el predicador novel
aprender a preparar él mismo sus bosquejos que tenerlos en abundancia de otros
predicadores. Un bosquejo propio se predica con mayor fuerza y claridad que el
sermón ajeno, a menos que el predicador sepa adaptarlo y desarrollarlo muy
bien, vistiéndolo con su propio lenguaje e ideas.
I El tema del sermón
La primera cosa para preparar un buen sermón es tener un
mensaje definido. Antes de proceder a la preparación de un sermón, todo
predicador debe responderse esta sencilla pregunta: ¿De qué voy a hablar?
Mientras el predicador no pueda contestar claramente tal
pregunta, no debe seguir adelante. Ha de tener un tema y debe saber con
precisión cuál es. Sólo puede estar seguro de que lo sabe cuando pueda
expresarlo en palabras. Si el tema está entre la bruma, también lo estará todo lo
que le pertenece: su introducción, su arreglo, su prueba y su objeto.
El tema debe ser la expresión exacta del asunto, o la
respuesta a la pregunta: ¿De qué voy a hablar? Nunca debe escogerse un tema por
ser bonito o sonoro como fase, sino que ha de expresar claramente el objeto que
el sermón persigue. Todo predicador, para preparar bien su sermón, debe
responder a la pregunta: ¿Por qué voy a hablar de este tema? ¿Qué fin deseo
lograr?
El tema no sólo ha de abarcar o incluir lo que se va a
decir, sino que ha de excluir todo lo que no tenga que ver con el asunto.
En toda preparación para el público, las primeras palabras
que se escriban deben ser la expresión exacta del tema, o sea, la respuesta a
la pregunta: ¿De qué voy a hablar?
COMO ENCONTRAR UN
TEMA
El mensaje debe venir como una inspiración especial de Dios,
y el predicador debe estar pidiendo mensajes a Dios para sus oyentes. Pero no
es de esperar que venga siempre como una inspiración profética, sino que él
mismo debe afanarse en buscarlos de diversas maneras.
Spurgeon dice: "Confieso que me siento muchas veces,
hora tras hora, pidiendo a Dios un asunto, y esperándolo, y que esto es la
parte principal de mi estudio. He empleado mucho tiempo y trabajo pensando
sobre tópicos, rumiando puntos doctrinales, haciendo esqueletos de sermones, y
después sepultando todos sus huesos en las catacumbas del olvido, continuando
mi navegación a grandes distancias sobre aguas tempestuosas hasta ver las luces
de un faro para poder dirigirme al puerto suspirado. Yo creo que casi todos los
sábados formo suficientes esqueletos de sermones para abastecerme por un mes,
si pudiera hacer uso de ellos; pero no me atrevo, ni suelo hacerlo.
Naturalmente, porque no da lugar a ello el hallazgo de otros mejores."
El predicador puede recibir la inspiración de un mensaje:
a) Reflexionando
sobre las necesidades espirituales de sus oyentes.
Debemos advertir al predicador novel acerca del peligro de
sermones particulares dirigidos a una familia o a un individuo de la iglesia.
Si tiene algo que decir a un individuo, dígaselo particularmente, pero no desde
el pulpito, que es la cátedra de toda la Iglesia, y no debe sacrificarla a las
conveniencias particulares de unos pocos. Además, se expone a que sus
insinuaciones sean comprendidas por otros hermanos, como dirigidas a aquélla u
otra persona y ello produciría murmuraciones, o podría ocurrir que la misma
persona comprendiera demasiado bien el mensaje y se ofendiera con razón por la
falta de tacto del predicador. Pero cuando el predicador siente que la mayoría
de la iglesia adolece de algún defecto o necesita una exhortación especial,
hágala sin temor, pensando en su alta responsabilidad como siervo de Dios.
El célebre Spurgeon dice en su libro Discursos a mis
estudiantes: "Considerad bien qué pecados se encuentran en mayor número en
la iglesia y la congregación. Ved si son la vanidad humana, la codicia, la
falta de amor fraternal, la calumnia u otros defectos semejantes. Tomad en
cuenta cariñosamente las pruebas que la Providencia plazca sujetar a vuestros
oyentes, y buscad un bálsamo que pueda cicatrizar sus heridas. No es necesario
hacer mención detalladamente, ni en la oración ni en el sermón, de todas estas
dificultades con que luchen los miembros de vuestra congregación." El
autor quisiera añadir aquí: Que sientan vuestros miembros culpables, probados,
afligidos o castigados por la mano del Señor, que vuestra palabra desde el
pulpito es adecuada a su necesidad; que es bálsamo para sus heridas; pero sin
empeñaros vosotros en rascar la Haga para que penetre más la medicina. Confiad
esta tarea al Espíritu Santo. Dejad tan sólo caer vuestro mensaje como la nieve
que se posa suavemente sobre los secos prados, y permitid a Dios hacer el
resto.
b) En sus lecturas
devocionales de la Biblia.
El predicador no debe alimentar a otras almas manteniendo la
suya a escasa dieta. Sin embargo, éste es el defecto de muchos predicadores
excesivamente ocupados. La lectura devocional diaria, personal o en familia,
proporcionará al predicador temas y le hará descubrir filones de riqueza
espiritual en lugares insospechados. Anote cuidadosamente las ideas que surjan
en tales momentos.
c) Leyendo sermones
de otros predicadores.
El predicador no debe ser insípido bajo la pretensión de ser
original, ni debe fiar tampoco en las despensas de otros para alimentar su
propia familia. Ambos extremos son malos. El predicador debe tener tiempo para
leer sermones de buenos predicadores, no sólo en el momento en que necesita
algo con urgencia para preparar su mensaje, sino en otros momentos cuando no le
interesa preparar ningún sermón, sino alimentar su propia alma. Es muy posible
que si espera el momento de tener que preparar su propio sermón no encuentre
nada adecuado y tenga que emplear horas y más horas repasando libros de cubierta
a cubierta, mientras que si hubiera empleado un poco más de tiempo en el
cuidado de su propia alma, los mensajes adecuados para las de los demás le
habrían venido sin esfuerzo, y quizá sacrificando para ello menos tiempo que el
que en el momento del apuro se ha visto obligado a emplear. Siempre los mejores
mensajes del predicador son aquellos que primero han hecho bien a sí mismo.
Cualquier sermón o idea que el predicador considere útil para sus oyentes debe
anotarla cuidadosamente en su "Libreta de sugestiones", indicando el
volumen y página donde podrá volver a encontrar tal idea expuesta
detalladamente.
d) En sus visitas
pastorales.
Muchas veces la conversación con personas inconversas, o con
miembros débiles de la Iglesia, hacen sentir al pastor alguna necesidad
espiritual común a muchos de sus oyentes. A veces aun el texto que responde a
tal necesidad es dado durante la conversación. Debe apresurarse a anotarlo en
la misma calle, al salir de tal visita. Si espera a hacerlo podría borrarse de
su memoria. Cuando el mensaje es sugerido en tal forma predíquelo con confianza
y con la persuasión de que es Dios quien le ha dado su palabra, con la misma
seguridad que lo haría un profeta del antiguo tiempo.
e) En la
consideración de las cosas que le rodean
El predicador debe ser un atento observador de la naturaleza
y de los hombres. Todo lo que ve y oye debe archivarlo cuidadosamente en su
memoria por si alguna vez pudiera serle útil como ilustración de un sermón. Y a
veces una ilustración provee el tema de un sermón. Spurgeon cuenta de un
predicador que descubrió el tema de un magnífico sermón en un canario que vio
cerca de su ventana con algunos gorriones que lo picoteaban sin compasión con
ánimo de destrozarlo, lo que le hizo recordar Jeremías 12:9: "¿Es mi
heredad de muchos colores? ¿No están contra ella aves en derredor?"
Meditando sobre este texto, predicó un sermón sobre las persecuciones que ha de
sufrir el pueblo de Dios. Otro día encontró un tema en el hecho de un tizón que
cayó del hogar al estrado un domingo por la tarde en que necesitaba un tema
para sermón, lo que le indujo a predicar sobre Zacarías 3:2. Dos personas
vinieron después a decirle que habían sido convertidas por este sermón.
Es necesario, no obstante, que los sermones surgidos de tales
observaciones prácticas sean verdaderos sermones, llevando un plan y un mensaje
espiritual, y no una larga y detallada exposición del incidente que, no por
interesar mucho al predicador, ha de interesar en la misma medida a los que no
han sido afectados por la idea o sugerencia, la cual debe ser puesta solamente
como introducción, pero no ocupar el lugar del sermón.
f) Pidiéndolos a Dios
en oración.
Si la dificultad de escoger un texto se hace más dura,
multiplicad vuestras oraciones; será esto una gran bendición.
Es notoria la frase de Lutero: "Haber bien orado, es
más de la mitad estudiado." Y este proverbio merece repetirse con
frecuencia. Mezclad la oración con vuestros estudios de la Biblia. Cuando
vuestro texto viene como señal de que Dios ha aceptado vuestra oración, será
más precioso para vosotros, y tendrá un sabor y una unción enteramente
desconocidos al orador frío y formalista, para quien un tema es igual a otro.
Y, citando a Gurnal, declara: "Cuánto tiempo pueden los ministros
sentarse, hojeando sus libros y devanándose los sesos, hasta que Dios venga a
darles auxilio, y entonces se pone el sermón a su alcance, como servido en
bandeja. Si Dios no nos presta su ayuda, escribiremos con una pluma sin tinta.
Si alguno tiene necesidad especial de apoyarse en Dios, es el ministro del
Evangelio."
g) Evitad la
repetición.
El predicador, al buscar su tema, debe tener presentes sus
temas anteriores. Dice Spurgeon: "No sería provechoso insistir siempre en
una sola doctrina, descuidando las demás. Quizás algunos de nuestros hermanos
más profundos pueden ocuparse del mismo asunto en una serie de discursos, y
puedan, volteando el calidoscopio, presentar nuevas formas de hermosura sin
cambiar de asuntos; pero la mayoría de nosotros, siendo menos fecundos
intelectualmente, tendremos mejor éxito si estudiamos el modo de conseguir la
variedad y de tratar de muchas clases de verdades. Me parece bien y necesario
revisar con frecuencia la lista de mis sermones, para ver si en mi ministerio
he dejado de presentar alguna doctrina importante, o de insistir en el cultivo
de alguna gracia cristiana. Es provechoso preguntarnos a nosotros mismos si
hemos tratado recientemente demasiado de la mera doctrina, o de la mera
práctica, o si nos hemos ocupado excesivamente de lo experimental."
EL TEMA Y EL TEXTO
¿Debe predicarse sobre temas o sobre textos? ¿Debe elegirse
primero el tema y después el texto, o viceversa?
Es imposible responder a estas preguntas de un modo concreto
dando reglas absolutas. En algunos casos, cuando el predicador tiene un tema
definido, sintiendo que debe predicar sobre aquel asunto; el tema precederá a
la elección de texto. Pero en otros casos, cuando el tema es sugerido como
resultado de meditación personal de la Sagrada Escritura, será el texto el que
precederá y sugerirá el tema al predicador.
¿Es fácil encontrar textos para predicar? Permítasenos citar
otra vez a Spurgeon, quien dice: "No es que falten, sino que son demasiado
abundantes; es como si a un amante de las flores se le pusiera en un magnífico
jardín con permiso para coger y llevarse una sola flor; no sabría cuál coger
que fuera mejor. Así me ha pasado a mí —dice el gran predicador— al tratar de
buscar un texto para un sermón. He pasado horas y horas escogiendo un texto
entre muchos lamentando que hubiera tan sólo un domingo cada siete días."
¿Cómo llegar a determinar el texto que se debe escoger,
sobre todo cuando no se tiene antes escogido el tema del sermón? Se puede
establecer esta regla, también de Spurgeon: "Cuando un pasaje de la
Escritura nos da como un cordial abrazo, no debemos buscar más lejos. Cuando un
texto se apodera de nosotros, podemos decir que aquél es el mensaje de Dios
para nuestra congregación. Como un pez, podéis picar muchos cebos; pero, una
vez tragado el anzuelo, no vagaréis ya más. Así, cuando un texto nos cautiva,
podemos estar ciertos de que a nuestra vez lo hemos conquistado, y ya entonces
podemos hacernos el ánimo con toda confianza de predicar sobre él. O, haciendo
uso de otro símil, tomáis muchos textos en la mano y os esforzáis en romperlos:
los amartilláis con toda vuestra fuerza, pero os afanáis inútilmente; al fin
encontráis uno que se desmorona al primer golpe, y los diferentes pedazos
lanzan chispas al caer, y veis las joyas más radiantes brillando en su
interior. Crece a vuestra vista, a semejanza de la semilla de la fábula que se
desarrolló en un árbol, mientras que el observador lo miraba. Os encanta y
fascina, u os hace caer de rodillas abrumándoos con la carga del Señor. Sabed,
entonces, que éste es el mensaje que el Señor quiere que promulguéis, y estando
ciertos de esto, os posesionaréis tanto de tal pasaje, que no podréis descansar
hasta que, hallándoos completamente sometidos a su influencia, prediquéis sobre
él como el Señor os inspire que habléis."
FORMULACIÓN DEL TEMA
Una vez elegido el texto, es indispensable concretarlo en un
tema, si no se posee ya de antemano.
El tema es el resumen del texto y del sermón concretado en
una corta sentencia. Ha de ser, por tanto, no solamente la esencia del texto,
sino el lazo de unión de los diversos pensamientos que entrarán en el sermón.
Hay una gran ventaja en poseer un tema para el arreglo del sermón. Se ha dicho
que el tema es el sermón condensado, y el sermón es el tema desarrollado.
El tema fomenta la unidad del discurso, y si los argumentos,
explicaciones y aplicaciones son adecuados, permanece el tema como nota
dominante sobre la mente.
El tema ayuda para dar intensidad y firmeza al sermón y
mantener el discurso dentro de los límites razonables. Por esto es preferible
tener el tema limitado y bien definido y no demasiado amplio.
Predicar un sermón sin tema, es como tirar sin blanco.
EL TEMA Y EL TITULO
Una vez escogido el tema, o sea, el asunto sobre el cual
desea el servidor de Dios predicar a una congregación, debe formular dicho tema
en un título. Muchos predicadores y libros de Homilética confunden el tema con
el título. Al autor le ocurrió esto por un tiempo. A veces, y hasta cierto
punto, no existe diferencia entre ambas cosas, pero a veces el título no es más
que la puerta del tema o asunto, el cual no puede ser expresado plenamente por
el título, por dos motivos:
a) Porque el título del sermón ha de ser exageradamente
breve, y por tal razón no puede a veces contener todos los pensamientos o
partes que el predicador desea desarrollar en su tema.
b) Porque, sobre todo en estos tiempos de abundante
publicidad, ha de ser el título del sermón especialmente chocante y atractivo,
para despertar la atención e intrigar al público. Esto pone al predicador en el
peligro de formular su tema en un título que se aparte del asunto del cual
realmente quiere tratar. En otras palabras: que sirva tan sólo de excusa o
motivo para llamar la atención y no de verdadera base al mensaje. En tal caso
se expone a que el público, sintiéndose defraudado, pierda confianza al
predicador.
El Dr. J. H. Jowett dice: "Tengo la convicción de que
ningún sermón está en condiciones de ser escrito totalmente, y aún menos
predicado, mientras no podamos expresar su tema en una sola oración gramatical
breve, que sea a la vez vigorosa y tan clara como el cristal. Yo encuentro que
la formulación de esa oración gramatical constituye la labor más difícil, más
exigente y más fructífera de toda mi preparación. El hecho de obligarse uno a
formular esa oración desechando cada palabra imprecisa, áspera o ambigua,
disciplinando el pensamiento hasta encontrar los términos que definan el tema
con escrupulosa exactitud, constituye uno de los factores más vitales y
esenciales de la hechura del sermón. Y no creo que ningún sermón pueda ser
esbozado, ni predicado, mientras esa frase no haya surgido en la mente del predicador
con la claridad de luna llena en noche despejada".
Es afortunado el predicador que puede encontrar un título
que, al par que suficientemente interesante, breve y sugestivo, para ser puesto
en la pizarra de anuncios, en el boletín de la iglesia o en la prensa pública,
sea a la vez tan expresivo y completo que no necesite una segunda formulación
del tema para uso del predicador, sino que título y tema se confundan en una
sola cosa, abriendo la puerta al predicador para una eficaz y fructuosa
exposición de alguna de las grandes verdades del Evangelio.
Conviene que el tema o el título que se formule sea
intrigante, de modo que despierte el deseo de conocer lo que se oculta detrás
del mismo, o sea, a ver cómo lo desarrollará el predicador. Observad cuan intrigantes
son los títulos de ciertas novelas y películas mundanas. Debemos imitar en ello
hasta cierto punto a los hijos de este siglo, que son "más sagaces que los
hijos de luz", pero sin caer en exageraciones. En Norteamérica, donde los
temas son generalmente anunciados por medio de un cartel en las afueras de las
iglesias, pueden observarse muchos títulos de sermones ingeniosísimos.
UN PENSAMIENTO
CONCRETO
El tema ha de ser corto, pero claro y expresivo. Un tema
largo pierde toda su gracia y atractivo. Cierto predicador anunció el siguiente
tema “Las opiniones falsas que los hombres se forman acerca de los juicios de
Dios permite sobre nuestros prójimos y las opiniones rectas que se deben formar
sobre tales juicios». Con el anuncio de tal tema, el predicador casi podía
haberse ahorrado el sermón. "El peligro de juicios erróneos" habría
sido mucho más acertado para este mismo asunto, porque este tema no detalla lo
que el predicador va a decir, sino que despierta interés por saber lo que dirá.
Cuando el sermón es textual el tema debe ser tan dependiente
del texto que ha de contener el principal pensamiento del mismo.
ejemplo: Para Rom. 12:2: "Alistados contra lo que nos
rodea".
Cuando es para un sermón expositivo o sea, para la
exposición de un pasaje o historia bíblica, el tema debe hacer énfasis sobre
algún asunto del pasaje, que sea la clave y base de la historia y su
aplicación.
ejemplo: Sobre Juan 9:25: "La confesión del
ciego".
"La historia del ciego" sería un tema demasiado
vago.
Poner por tema a Lucas 15:7: "El hambre del alma",
sería más adecuado que "El hambre del Hijo Pródigo". ¿Por qué?
Consideremos ambos temas. En el primer caso la palabra "confesión" es
un juicio y comentario del predicador que da base para un buen sermón acerca
del deber de confesar nosotros a Cristo. En cambio, "El hambre del Hijo
Pródigo" no introduce nada nuevo. Es cosa harto sabida que el pródigo
tenía hambre física, pero al decir "Hombre del alma", nos permite
aplicar el texto al caso espiritual.
El tema ha de ser una expresión completa que una las
múltiples ideas de un texto.
He aquí algunos ejemplos de temas adecuados:
1) Sintéticos:
"La dádiva de Dios a nosotros y la nuestra la El":
Tit. 2:14.
"El tentado pecador y el tentado Salvador": Hebr.
2:18.
2) De frases
escriturales:
"Las fuentes de salud": Is. 12:3.
"Traerá el hombre provecho a Dios": Job 22:2.
"¿A quién iremos?": Juan 6:58.
3) Paradójicos:
"Deberes que resultan privilegios": Sal. 119:54.
"Religión sin hacer la voluntad de Dios": Mateo
7:21.
"La eficacia de virtudes pasivas": Apoc. 1:9.
"Luz el resultado de la vida": Juan 1:4.
"El gozo de la abnegación": 2.° Crón. 29:27.
"Maravilla en sitio peligroso": Luc. 8:25.
"Lo incomprensible en el testimonio cristiano";
Hech. 4:20.
Recomendamos al lector leer estos textos y considerarlos a
la luz del tema. Aunque no damos el sermón correspondiente a cada uno de estos
temas, pues esto es tarea de próximos capítulos, verá cómo el tema le despierta
ideas sobre cada texto.
DESARROLLO DEL TEMA
Una vez que el predicador ha concretado el asunto y el
objeto de su sermón en una frase que se llama tema, la cuestión inmediata es
cómo debe tratar el asunto para lograr el objeto que se propone. ¿Qué cosas
tiene que decir y en qué orden ha de ir expresándolas? A este efecto
transcribimos literalmente lo que dice el Dr. Herrick Johnson en su libro El
Ministro Ideal:
"El tratamiento
del asunto significa plan, plan de algún género que agrupa todo para formar un
organismo, que colocará las partes en orden hacia un clímax, y presentará una
sucesión natural y ordenada que excluya todo lo que no sea a propósito, y que
haga que las diferentes líneas vayan creciendo en color, según convergen al
foco ardiente, que es la exhortación final. Esto es esencial para la eficacia
del sermón. En la misma medida que el plan sea claro, comprensivo y
acumulativo, el sermón hará mayor impresión a los oyentes."
Y Spurgeon dice: "Nuestros pensamientos deben ser bien
ordenados según las reglas propias de la arquitectura mental. No nos es
permitido que pongamos inferencias prácticas como base, y doctrinas como
piedras superiores; ni metáforas como cimiento y proposiciones encima de ellas;
es decir, no debemos poner primero las verdades de mayor importancia, y por
último las inferiores, a semejanza de un anticlímax, sino que los pensamientos
deben subir y ascender de modo que una escalera de enseñanza conduzca a otra,
que una puerta de raciocinio se comunique con otra, y que todo eleve al oyente
hasta un cuarto, digámoslo así, desde cuyas ventanas se pueda ver la verdad
resplandeciendo con la luz de Dios. Al predicar, guardad un lugar a propósito
para todo pensamiento respectivamente, y tened cuidado de que todo ocupe su
propio lugar. Nunca dejéis que los pensamientos caigan de vuestros labios
atrabancadamente, ni que se precipiten como una masa confusa, sino hacedlos
marchar como una tropa de soldados. El orden, que es la primera ley celestial,
no debe ser descuidado por los embajadores del Cielo.'
Esto requiere por lo regular una gran cantidad de trabajo.
Con alguna frecuencia un plan relampaguea en la mente como una inspiración, y
el sermón se formula en pocos instantes, por lo menos en forma de bosquejo o
esqueleto; pero la inteligencia de ordinario no trabaja con rapidez eléctrica,
y sólo después de un trabajo duro el bosquejo va alcanzando su forma
satisfactoria. A veces hay una lucha larga con la oscuridad y confusión de
ideas. El pensamiento parece nadar en el caos, apareciendo una idea aquí, otra
allá, sin conexión, o se presentan ideas muy buenas pero que no vienen a
propósito para el tema y hay que rehusarlas o diferirlas para un sermón de otro
tema. Sin embargo, el trabajo persistente y la meditación sacará el orden del
caos y por fin un número considerable de las ideas surgidas durante la
meditación serán aptas para entrar en un plan armónico basado en el tema y su
texto.
Tal vez el predicador
se sienta inclinado en alguna ocasión a renunciar al uso de un plan, por razón
de la dificultad en prepararlo. Parece tanto más sencillo seguir adelante
diciendo buenas cosas, formulando argumentos y lanzando exhortaciones que no
tienen mucha relación entre sí, sino que cada una engarza con la otra por la
frase final, que da origen a otro párrafo con ideas totalmente diferentes.
Esto puede admitirse en la conversación, cuando nos
dedicamos a «anunciar el Evangelio» a otras personas. Pero en el pulpito nunca.
Los oyentes no recibirán una impresión tan profunda y perdurable del sermón si
éste no sigue un plan mejor que un simple conjunto de buenas ideas.
Es verdad que Dios se ha servido a veces de los medios más
humildes para realizar su gran obra de salvación de almas, y sermones sin orden
lógico no han sido siempre sin fruto, pero tal modo de proceder no es
aconsejable en modo alguno cuando puede haber un propósito y una ordenación
clara del sermón. Una aglomeración de pensamientos buenos puede compararse a
una turba que trata de apoderarse de cierta fortaleza; puede tener éxito en
algunas ocasiones, pero no podrá obrar jamás con la eficacia de un ejército en
el que cada hombre ocupa su lugar.
Un plan es necesario en todas las cosas: un arquitecto no
principia a edificar sin antes haber trazado un plano; un ingeniero civil no
lanza sus brigadas al azar sobre las montañas sin haber antes ideado por dónde
debe pasar el camino que se propone construir. El predicador no debe lanzarse a
trazar el camino que se propone hacer llegar hasta el mismo corazón de sus
oyentes, sin plan, excepto en casos especiales en que tal preparación haya sido
de todo punto imposible, y la inspiración del Espíritu suple la imposibilidad
del predicador; pero aun en tales casos de improvisación, los predicadores
convenientemente educados o experimentados suelen recibir la inspiración en
forma de un plan rápidamente concebido y en cuyo desarrollo puede notarse el
poder de lo Alto. La misma ayuda y poder puede notarse en el desarrollo de un
sermón formulado con más tiempo y oración, la cual el estudio de ningún modo
puede ni debe suplir.
¿De qué maneras puede formularse el plan de un sermón una
vez decidido el asunto o tema que se va a tratar?
A continuación ponemos un gráfico que lo demuestra, a la vez
que ilustrará y aclarará muchas de las instrucciones teóricas de este libro.
EXPLICACIÓN DEL BOSQUEJO
GRÁFICO
La sencilla figura de un trompo dibujado en la pizarra nos
ha servido muchas veces para ilustrar a estudiantes de Homilética el desarrollo
que conviene dar a cualquier sermón.
La cabeza del trompo representa el tema, del cual parte la
introducción; y el desarrollo consiguiente va ampliando y robusteciendo el
argumento hasta llegar a la conclusión, la cual es presionada por cada
pensamiento del sermón. Todos ellos pesan sobre la punta que deseamos clavar en
las conciencias de nuestros oyentes, determinando su decisión por Cristo o su
resolución de poner en práctica la amonestación del predicador sobre el tema
que sea.
En el presente gráfico, y contando con la habilidad de un
buen dibujante, hemos ampliado y completado la ilustración.
El tema o asunto lo representamos por una nube que se forma
como consecuencia de la necesidad espiritual que el predicador apercibe, como
ensombreciendo la vida de sus oyentes. Dicha nube produce un rayo que ilumina
la mente del predicador: Es el texto apropiado a tal necesidad, el cual origina
un título adecuado e interesante.
Del mismo modo que antes de la caída de un chaparrón se
producen muchos relámpagos innocuos, así surgen en la mente del predicador
temas y textos que no llegan a satisfacerle. Aparece, por fin, el más acertado
de todos, el cual, rompiendo la nube, da lugar a una lluvia de pensamientos. Si
la mente del predicador ha sido bien preparada con una disciplina homilética,
aunque caigan éstos dispersos y confusos serán encauzados por los canales de un
plan bien dispuesto; de este modo todos aquellos pensamientos aprovechables
entrarán, en su lugar y momento debido, en el cauce del río, que es la
argumentación del tema.
El río es finalmente una corriente poderosa que se lanza por
la catarata de la conclusión. Obsérvese cómo en el interior de ésta aparece la
recapitulación, que consiste en una mención breve de los argumentos
principales del sermón. No todos los sermones necesitan una conclusión
recapitulativa, pero siempre tendrá lugar un breve resumen, sea en la forma
detallada que indica el gráfico o de un modo más general.
Obsérvese cómo el río que representa el caudal de
pensamientos de un sermón puede venir de los montes de la imaginación del
predicador en dos formas diversas. Atropelladamente, como un chorro de frases e
ideas sin distribuir (dejando en el ánimo de los oyentes la impresión de haber
escuchado «un montón de cosas buenas», pero sin ser capaces de definir el curso
que han seguido tales pensamientos), o bien, relacionados el uno con el otro,
en la forma escalonada y ordenada que aparece en la supuesta red de canales de
la izquierda.
Del mismo modo que un caudal de agua es mucho más eficaz
cuando es bien distribuido para regar la tierra y hacerla producir sus frutos,
porque el líquido elemento en vez de pasar inútilmente se esparce y empapa los
surcos, el sermón bien ordenado es mucho más susceptible de quedar retenido en
las memorias y corazones de los oyentes que el sermón no homilético,
desordenado y confuso, por abundante que sea el don de palabra del predicador,
e imponente el griterío y los ademanes con que fuera pronunciado.
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